Recordemos que la mayoría de personas que necesitan hacer un cambio sienten ambivalencia ante el mismo. Ven motivos para cambiar y motivos para seguir igual. Es una experiencia humana habitual.
Algunas personas dietéticas pueden recitar de memoria las terribles consecuencias de no controlar adecuadamente los niveles de glucosa, las personas que han sufrido un infarto saben que deberían dejar de fumar, hacer ejercicio y seguir una dieta mas saludable. Sin embargo, otras motivaciones entran en conflicto con hacer lo correcto, por mucho que sepamos que es lo correcto.
Por lo tanto, es normal que, si hablamos con una persona ambivalente, escuchamos dos tipos de discursos mezclados. Por un lado, escuchamos el discurso de cambio “Tengo que hacer algo con mis hábitos” ; discurso de mantenimiento” Lo he intentado todo y nunca consigo ser constante con nada¨. El “si, pero” es el estribillo de la ambivalencia. Dan un paso en una dirección y de repente, la otra empieza a parecer mejor.
La ambivalencia se parece a tener un comité en el cerebro y que sus miembros no se pongan de acuerdo sobre lo que hay que hacer. Hacer que una persona verbalice los argumentos en favor de una postura, tiende a inclinar su opinión en ese sentido. En otras palabras las personas aprenden sus actitudes y creencias del mismo modo que los demás; escachándose hablar así mismos sobre el tema.
En terapia, se promueve que el consultante es quien debe enunciar los argumentos a favor del cambio.